jueves, 30 de octubre de 2014

jueves, 24 de abril de 2014

CUENTO DE RIBEYRO

LO PROMETIDO ES DEUDA, ESPERO QUE DISFRUTEN ESTE CUENTO DEL GENIAL RIBEYRO.


LA PIEL DE UN INDIO NO CUESTA CARO

Julio Ramon Ribeyro

-¿Piensas quedarte con él? -preguntó Dora a su marido.
Miguel, en lugar de responder, se levantó de la perezosa donde tomaba el sol y haciendo bocina con las manos gritó hacia el jardín:

-¡Pancho!
Un muchacho que se entretenía sacando la yerba mala volteó la cabeza, se puso de pie y echó a correr. A los pocos segundos estuvo frente a ellos.
-A ver, Pancho, dile a la señora cuanto ess ocho más ocho.
-Dieciséis.
-¿Y dieciocho más treinta?
-Cuarentiocho.
-¿Y siete por siete?
Pancho pensó un momento.
-Cuarentinueve.
Miguel se volvió hacia su mujer:
-Eso se lo he enseñado ayer. Se lo hice repetir toda la tarde pero se le ha grabado para toda la vida.
Dora bostezó.
-Guárdalo entonces contigo. Te puede ser útil.
-Por supuesto. ¿No es verdad Pancho que trabajarás en mi taller?
-Sí, señor.
A Dora que se desperezaba:
-En Lima lo mandaré a la escuela nocturna.. Algo podemos hacer por este muchacho. Me cae simpático.
-Me caigo de sueño -dijo Dora.
Miguel despidió a Pancho y volvió a extenderse en su perezosa. Todo el vallecito de Yangas se desplegaba ante su vista. El modesto río Chillón regaba huertos de manzanos y chacras de panllevar. Desde el techo de la casa se podía ver el mar, al fondo del valle, y los barcos surtos en el Callao.
-Es una suerte tener una casa acá -dijo Miguel-. Sólo a una hora de Lima. ¿No, Dora?
Pero ya Dora se había retirado a dormir la siesta. Miguel observó un rato a Pancho que merodeaba por el jardín persiguiendo mariposas, moscardones; miró el cielo, los cerros, las plantas cercanas y se quedó profundamente dormido.
Un griterío juvenil lo despertó. Mariella y Víctor, los hijos del presidente del club, entraban al jardín. Llevaba cada cual una escopeta de perdigones.
-Pancho, ¿Vienes con nosotros? -decían-. Vamos a cazar al cerro.
Pancho desde lejos, buscó la mirada de Miguel, esperando su aprobación.
-¡Anda no más! -gritó-, ¡y fíjate bien quee estos muchachos no hagan barbaridades!
Los hijos del presidente salieron por el camino del cerro, escoltados por Pancho. Miguel se levantó, miró un momento las instalaciones del club que asomaban a lo lejos, tras un seto de jóvenes pinos, y fue a la cocina a servirse una cerveza.. Cuando bebía el primer sorbo, sintió unas pisadas en la terraza.
-¿Hay alguien aquí? -preguntaba una voz. Miguel salió: era el presidente del club.
-Estuvimos esperándolos en el almuerzo -diijo-. Hemos tenido cerca de sesenta personas.
Miguel se excusó:
-Usted sabe que Dora no se divierte mucho en las reuniones. Prefiere quedarse aquí leyendo.
-De todos modos -añadió el presidente- hayy que alternar un poco con los demás socios. La unión hace la fuerza. ¿No saben acaso que celebramos el primer aniversario de nuestra institución? Además no se podrán quejar del elemento que he reunido en torno mío. Toda gente chic, de posición, de influencia. Tú, que eres un joven arquitecto...
Para cortar el discurso que se avecinaba, Miguel aludió a los chicos:
-Mariella y Víctor pasaron por acá. Iban al cerro. He hecho que Pancho los acompañe.
-¿Pancho?
-Un muchacho que me va a ayudar en mi oficcina de Lima. Tiene sólo catorce años. Es del Cuzco.
-¡Que se diviertan, entonces!
Dora apareció en bata, despeinada, con un libro en la mano.
-Traigo buenas noticias para tu marido -diijo el presidente-. Ahora, durante el almuerzo, hemos decidido construir un nuevo bar, al lado de la piscina. Los socios quieren algo moderno, ¿Sabes? Hemos acordado que Miguel haga los planos. Pero tiene que darse prisa. En quince días necesitamos los bocetos.
-Los tendrán -dijo Dora.
-Gracias -dijo Miguel-. ¿No quiere servirsse un trago?
-Por supuesto. Tengo además otros proyectos de más envergadura. Miguel tiene que ayudarnos. ¿No te molesta que hablemos de negocios en día domingo?
El presidente y Miguel se sentaron en la terraza a conversar, mientras Dora recorría el jardín lentamente, bebía el sol, se dejaba despeinar por el viento.
-¿Dónde está Pancho? -preguntó.
-¡En el cerro! -gritó Miguel-. ¿Necesitas algo?
-No; pregunto solamente.
Dora continuó paseándose por el jardín, mirando los cerros, el esplendor dominical. Cuando regresó a la terraza, el presidente se levantaba.
-Acordado, ¿no es verdad? Pasa mañana por mi oficina. Tengo que ir ahora a ver a mis invitados. ¿saben que habrá baile esta noche? Al menos pasarán un rato para tomarse un cóctel.
Miguel y Dora quedaron solos.
-Simpático tu tío -dijo Miguel-. Un poco hhablador.
-Mientras te consiga contratos -comentó Doora.
-Gracias a él hemos conseguido este terrenno casi regalado -Miguel miró a su alrededor-. ¡Pero habría que arreglar esta casa un poco mejor! Con los cuatro muebles que tenemos sólo está bien para venir a pasar el week-end.
Dora se había dejado caer en una perezosa y hojeaba nuevamente su libro. Miguel la contempló un momento.
-¿Has traído algún traje decente? Creo quue debemos ir al club esta noche.
Dora le echó una mirada maliciosa:
-¿Algún proyecto entre manos?
Pero ya miguel, encendiendo un cigarrillo, iba hacia el garaje para revisar su automóvil. Destapando el motor se puso a ajustar tornillos, sin motivo alguno, sólo por el placer de ocupar sus manos en algo. Cuando medía el aceite, Dora apareció a sus espaldas.
-¿Qué haces? He sentido un grito en el ceerro.
Miguel volvió la cabeza. Dora estaba muy pálida. Se aprestaba a tranquilizarla, cuando se escuchó cuesta arriba el ruido de unas pisadas precipitadas. Luego unos gritos infantiles. De inmediato salieron al jardín. Alguien bajaba por el camino de pedregullo. Pronto Mariella y Víctor entraron sofocados.
-¡Pancho se ha caído! -decían-. Está tiraddo en el suelo y no se puede levantar.
-¡Está negro! -repetía Mariella. Miguel llos miró. Los chicos estaban transformados: tenían rostros de adultos.
-¡Vamos allí! -dijo y abandonó la casa, guuiado por los muchachos.
Comenzó a subir por la pendiente de piedras, orillada de cactus y de maleza.
-¿Dónde es? -preguntaba.
-¡Más arriba!
Durante un cuarto de hora siguió subiendo. Al fin llegó hasta los postes que traían la corriente eléctrica al club. Los muchachos se detuvieron.
-Allí está -dijeron, señalando al suelo. Miguel se aproximó. Pancho estaba contorsionado, enredado en uno de los alambres que servían para sostener los postes. Estaba inmóvil, con la boca abierta y el rostro azul. Al volver la cara vio que los hijos del presidente seguían allí, espiando, asustados, el espectáculo.
-¡Fuera! -les gritó-. ¡Regresen al club ¡No quiero verlos por acá!
Los chicos se fueron a la carrera. Miguel se inclinó sobre el cuerpo de Pancho. Por momentos le parecía que respiraba. Miró el alambre ennegrecido, el poste, luego los cables de alta tensión que descendían del cerro y poniéndose de pie se lanzó hacia la casa.
Dora estaba en medio del jardín, con una margarita entre los dedos.
-¿Qué pasa?
-¿Dónde está la llave del depósito?
-Está colgada en la cocina. ¡Qué cara tienes!
Miguel hurgó entre los instrumentos de jardinería hasta encontrar la tijera de podar, que tenía mangos de madera.
-¿Qué le ha pasado a ese muchacho? -insisttía Dora.
Pero ya Miguel había partido nuevamente a la carrera. Dora vio su figura saltando por la pañolería, cada vez más pequeña. Cuando desapareció en la falda del cerro, se encogió de hombros, aspiró la margarita y continuó deambulando por el jardín.
Miguel llegó ahogándose al lado de Pancho y con las tijeras cortó el alambre aislándolo del poste y volvió a cortar aislándolo de la tierra. Luego se inclinó sobre el muchacho y lo tocó por primera vez. Estaba rígido. No respiraba. El alambre le había quemado la ropa y se le había incrustado en la piel. En vano trató Miguel de arrancarlo. En vano miró también a su alrededor, buscando ayuda. En ese momento, al lado de ese cuerpo inerte, supo lo que era la soledad.
Sentándose sobre él, trató de hacerle respiración artificial, como viera alguna vez en la playa, con los ahogados. Luego lo auscultó. Algo se escuchaba dentro de ese pecho, algo que podría ser muy bien la propia sangre de Miguel batiendo en sus tímpanos. Haciendo un esfuerzo, lo puso de pie y se lo echó al hombro. Antes de iniciar el descenso miró a su alrededor, tratando de identificar el lugar. Ese poste se encontraba dentro de los terrenos del club.
Dora se había sentado en la terraza. Cuando lo vio aparecer con el cuerpo del muchacho, se levantó.
-¿Se ha caído?
Miguel, sin responder, lo condujo al garaje y lo depositó en el asiento del automóvil. Dora lo seguía.
-Estás todo despeinado. Deberías lavarte la cara.
Miguel puso el carro en marcha.
-¿A dónde vas?
-¡A Canta! -gritó Miguel, destrozando, al arrancador, los tres únicos lirios que adornaban el jardín.
El médico de la Asistencia Pública de Canta miró al muchacho.
-Me trae usted un cadáver.
Luego lo palpó, lo observó con atención.
-¿Electrocutado, no?
-¿No se puede hacer algo? -insistió Migueel-. El accidente ha ocurrido hace cerca de una hora.
-No vale la pena. Probaremos, en fin, si usted lo quiere.
Primero le inyectó adrenalina en las venas. Luego le puso una inyección directa en el corazón.
-Inútil -dijo-. Mejor es que pase usted ppor la comisaría para que los agentes constaten la defunción.
Miguel salió de la Asistencia Pública y fue a la comisaría. Luego emprendió el retorno a la casa. Cuando llegó, atardecía.
Dora estaba vistiéndose para ir al club.
-Vino el presidente -dijo-. Está molesto porque Mariella ha vomitado. Han tenido que meterla a la cama. Dice que qué cosa ha pasado en el cerro con ese muchacho.
-¿Para qué te vistes? -preguntó Miguel-. No iremos al club esta noche. No irás tú en todo caso. Iré yo solo.
-Tú me has dicho que me arregle. A mí me da lo mismo.
-Pancho ha muerto electrocutado en los terrrenos del club. No estoy de humor para fiestas.
-¿Muerto? -preguntó Dora-. Es una lástima. ¡Pobre muchacho!
Miguel se dirigió al baño para lavarse.
-Debe ser horrible morir así -continuó Dora-. ¿Piensas decírselo a mi tío?
-Naturalmente.
Miguel se puso una camisa limpia y se dirigió caminando al club. Antes de atravesar la verja se escuchaba ya la música de la orquesta. En el jardín había lagunas parejas bailando. Los hombres se habían puesto sombreritos de cartón pintado. Circulaban los mozos con azafates cargados de whisky, gin con gin y jugo de tomate.
Al penetrar al hall vio al presidente con un sombrero en forma de cucurucho y un vaso en la mano. Antes de que Miguel abriera la boca, ya lo había abordado.
-¿Qué diablos ha sucedido? Mis chicos estáán alborotados. A Mariella hemos tenido que acostarla.
-Pancho, mi muchacho, ha muerto electrocuttado en los terrenos del club. Por un defecto de instalación, la corriente pasa de los cables a los alambres de sostén.
El presidente lo cogió precipitadamente del brazo y lo condujo a un rincón.
-¡Bonito aniversario! Habla más bajo que te pueden oír. ¿Estás seguro de lo que dices?
-Yo mismo lo he recogido y lo he llevado a la asistencia de Canta.
El presidente había palidecido.
-¡Imagínate que Mariella o que Víctor hubiieran cogido el alambre! Te juro que yo...
-¿Qué cosa?
-No sé... Habría habido alguna carnicería..
-Le advierto que el muchacho tiene padre y madre. Viven cerca del Porvenir.
-Fíjate, vamos a tomarnos un trago y a connversar detenidamente del asunto. Estoy seguro que las instalaciones están bien hechas. Puede haber sucedido otra cosa. En fin, tantas cosas suceden en los cerros. ¿No hay testigos?
-Yo soy el único testigo.
-¿Quieres un whisky?
-No. He venido sólo a decirle que a las diez de la noche regresaré a Lima con Dora. Veré a los padres del muchacho para comunicarles lo ocurrido. Ellos verán después lo que hacen.
-Pero Miguel, estérate, tengo que enseñarte donde haremos el nuevo bar.
-¡Por lo menos quítese usted ese sombrero! Hasta luego.
Miguel atravesó el camino oscuro. Dora había encendido todas las luces de la casa. Sin haberse cambiado su traje de fiesta, escuchaba música en un tocadisco portátil.
-Estoy un poco nerviosa -dijo.
Miguel se sirvió, en silencio, una cerveza.
-Procura comer lo antes posible -dijo-. A las diez regresaremos a Lima.
-¿Por qué hoy? -preguntó Dora.
Miguel salió a la terraza, encendió un cigarrillo y se sentó en la penumbra, mientras Dora andaba por la cocina. A lo lejos, en medio de la sombra del valle, se divisaban las casitas iluminadas de los otros socios y las luces fluorescentes del club. A veces el viento traía compases de música, rumor de conversación o alguna risa estridente que rebotaba en los cerros.
Por el caminillo aparecieron los faros crecientes de un automóvil. Como un celaje, pasó delante de la casa y se perdió rumbo a la carretera. Miguel tuvo tiempo de advertirlo: era el carro del presidente.
-Acaba de pasar tu tío -dijo, entrando a la cocina. Dora comía desganadamente una ensalada.
-¿Adónde va?
-¡Qué sé yo!
-Debe estar preocupado por el accidente. -Está más preocupado por su fiesta.
Dora lo miró:
-¿Estás verdaderamente molesto?
Miguel se encogió de hombros y fue al dormitorio para hacer las maletas. Más tarde fue al jardín y guardó en el depósito los objetos dispersos. Luego se sentó en el living, esperando que Dora se arreglara para la partida. Pasaban los minutos. Dora tarareaba frente al espejo.
Volvió a sentirse el ruido de un automóvil. Miguel salió a la terraza. Era el carro del presidente que se detenía a cierta distancia de la casa: dos hombres bajaron de su interior y tomaron el camino del cerro. Luego el carro avanzó un poco más, hasta detenerse frente a la puerta.
-¿Viene alguien? -preguntó Dora, asomando a la terraza-. Ya estoy lista.
El presidente apareció en el jardín y avanzó hacia la terraza. Estaba sonriendo.
-He batido un récord de velocidad -dijo. Vengo de Canta. ¿Nos sentamos un rato?
-Partimos para Lima en este momento -dijo Miguel.
-Solamente cinco minutos -en seguida sacó unos papeles del bolsillo-. ¿Qué cuento es ese del muchacho electrocutado? Mira.
Miguel cogió los papeles. Uno era un certificado de defunción extendido por el médico de la Asistencia Pública de Canta. No aludía para nada el accidente. Declaraba que el muchacho había muerto de una "deficiencia cardiaca". El otro era un parte policial redactado en los mismos términos.
Miguel devolvió los papeles.
-Esto me parece una infamia -dijo.
El presidente guardó los papeles.
-En estos asuntos lo que valen son las pruuebas escritas -dijo-. No pretenderás además saber más que un médico. Parece que el muchacho tenía, en efecto, algo al corazón y que hizo demasiado ejercicio.
-El cerro está bastante alto -acotó Dora.
-Digan lo que digan esos papeles, yo estoy convencido de que Pancho ha muerto electrocutado. Y en los terrenos del club.
-Tú puedes pensar lo que quieras -añadió eel presidente-. Pero oficialmente éste es un asunto ya archivado.
Miguel quedó silencioso.
-¿Por qué no vienen conmigo al club? La ffiesta durará hasta media noche. Además, insisto en que veas el lugar donde construiremos el bar.
-¿Por qué no vamos un rato? -preguntó Doraa.
-No. Partimos a Lima en este momento.
-De todas maneras, los espero.
El presidente se levantó. Miguel lo vio partir. Dora se acercó a él y le pasó un brazo por el hombro.
-No te hagas mala sangre -le susurró al oíído-. A ver, pon cara de gente decente.
Miguel la miró: algo en sus rasgos le recordó el rostro del presidente. Detrás de su cabellera se veía la masa oscura del cerro. Arriba brillaba una luz.
-¿Tiene pilas la linterna? -preguntó.
-¿Qué piensas hacer?
Miguel buscó la linterna: todavía alumbraba. Sin decir una palabra se encaminó por la pendiente riscosa. Trepaba entre cantos de grillos e infinitas estrellas. Pronto divisó la luz de un farol. Cerca del poste, dos hombres reparaban la instalación defectuosa. Los contempló un momento, en silencio, y luego emprendió el retorno.
Dora lo esperaba con un sobre en la mano.
-Fíjate. Mi tío mandó esto.
Miguel abrió el sobre. Había un cheque al portador por cinco mil soles y un papel con unas cuantas líneas: "La dirección del club ha hecho esta colecta para enterrar al muchacho. ¿Podrías entregarle la suma a su familia?".
Miguel cogió el cheque con la punta de los dedos y cuando lo iba a rasgar, se contuvo. Dora lo miraba. Miguel guardó el cheque en el bolsillo y dándole la espalda a su mujer quedó mirando al valle de Yangas. Del accidente no quedaba ni un solo rastro, ni un alambre fuera de lugar, ni siquiera el eco de un grito.
-¿En que piensas? -preguntó Dora-. ¿Regresamos a Lima o vamos al club?
-Vamos al club -suspiró Miguel.

domingo, 21 de agosto de 2011

PARADIGMA DE LA CONJUGACIÓN VERBAL

Saludos, este es el paradigma de la conjugación verbal; se presentan los tres verbos básicos de la primera, segunra y tercera conjugación.


1. AMAR
Verbo modelo de la 1.ª conjugación
INDICATIVO
TIEMPOS SIMPLES
presente
pret. imperfecto /
copretérito
pret. perfecto
simple / pretérito
futuro simple /
futuro
condicional
simple /
pospretérito
amo
amas (amás)
ama
amamos
amáis
aman
amaba
amabas
amaba
amábamos
amabais
amaban
amé
amaste
amó
amamos
amasteis
amaron
amaré
amarás
amará
amaremos
amaréis
amarán
amaría
amarías
amaría
amaríamos
amaríais
amarían
TIEMPOS COMPUESTOS
pret. perfecto
compuesto /
antepresente
pret.
pluscuamperfecto / antecopretérito
pret. anterior /
antepretérito
futuro compuesto /
antefuturo
condicional
compuesto /
antepospretérito
he amado
has amado
ha amado
hemos amado
habéis amado
han amado
había amado
habías amado
había amado
habíamos amado
habíais amado
habían amado
hube amado
hubiste amado
hubo amado
hubimos amado
hubisteis amado
hubieron amado
habré amado
habrás amado
habrá amado
habremos amado
habréis amado
habrán amado
habría amado
habrías amado
habría amado
habríamos amado
habríais amado
habrían amado
SUBJUNTIVO
TIEMPOS SIMPLES
presente
pret. imperfecto / pretérito
futuro simple / futuro
ame
ames
ame
amemos
améis
amen
amara o amase
amaras o amases
amara o amase
amáramos o amásemos
amarais o amaseis
amaran o amasen
amare
amares
amare
amáremos
amareis
amaren
TIEMPOS COMPUESTOS
pret. perfecto compuesto /
antepresente
pret. pluscuamperfecto /
antepretérito
futuro compuesto /
antefuturo
haya amado
hayas amado
haya amado
hayamos amado
hayáis amado
hayan amado
hubiera o hubiese amado
hubieras o hubieses amado
hubiera o hubiese amado
hubiéramos o hubiésemos amado
hubierais o hubieseis amado
hubieran o hubiesen amado
hubiere amado
hubieres amado
hubiere amado
hubiéremos amado
hubiereis amado
hubieren amado
IMPERATIVO
ama (amá), amad
FORMAS NO PERSONALES
infinitivo
participio
gerundio
SIMPLE
COMPUESTO
amado
SIMPLE
COMPUESTO
amar
haber amado
amando
habiendo amado




2. TEMER
Verbo modelo de la 2.ª conjugación
INDICATIVO
TIEMPOS SIMPLES
presente
pret. imperfecto /
copretérito
pret. perfecto
simple / pretérito
futuro simple /
futuro
condicional
simple /
pospretérito
temo
temes (temés)
teme
tememos
teméis
temen
temía
temías
temía
temíamos
temíais
temían
temí
temiste
temió
temimos
temisteis
temieron
temeré
temerás
temerá
temeremos
temeréis
temerán
temería
temerías
temería
temeríamos
temeríais
temerían
TIEMPOS COMPUESTOS
pret. perfecto
compuesto /
antepresente
pret.
pluscuamperfecto / antecopretérito
pret. anterior /
antepretérito
futuro compuesto /
antefuturo
condicional
compuesto /
antepospretérito
he temido
has temido
ha temido
hemos temido
habéis temido
han temido
había temido
habías temido
había temido
habíamos temido
habíais temido
habían temido
hube temido
hubiste temido
hubo temido
hubimos temido
hubisteis temido
hubieron temido
habré temido
habrás temido
habrá temido
habremos temido
habréis temido
habrán temido
habría temido
habrías temido
habría temido
habríamos temido
habríais temido
habrían temido
SUBJUNTIVO
TIEMPOS SIMPLES
presente
pret. imperfecto / pretérito
futuro simple / futuro
tema
temas
tema
temamos
temáis
teman
temiera o temiese
temieras o temieses
temiera o temiese
temiéramos o temiésemos
temierais o temieseis
temieran o temiesen
temiere
temieres
temiere
temiéremos
temiereis
temieren
TIEMPOS COMPUESTOS
pret. perfecto compuesto /
antepresente
pret. pluscuamperfecto /
antepretérito
futuro compuesto /
antefuturo
haya temido
hayas temido
haya temido
hayamos temido
hayáis temido
hayan temido
hubiera o hubiese temido
hubieras o hubieses temido
hubiera o hubiese temido
hubiéramos o hubiésemos temido
hubierais o hubieseis temido
hubieran o hubiesen temido
hubiere temido
hubieres temido
hubiere temido
hubiéremos temido
hubiereis temido
hubieren temido
IMPERATIVO
teme (temé), temed
FORMAS NO PERSONALES
infinitivo
participio
gerundio
SIMPLE
COMPUESTO
temido
SIMPLE
COMPUESTO
temer
haber temido
temiendo
habiendo temido




3. PARTIR
Verbo modelo de la 3.ª conjugación
INDICATIVO
TIEMPOS SIMPLES
presente
pret. imperfecto /
copretérito
pret. perfecto
simple / pretérito
futuro simple /
futuro
condicional
simple /
pospretérito
parto
partes (partís)
parte
partimos
partís
parten
partía
partías
partía
partíamos
partíais
partían
partí
partiste
partió
partimos
partisteis
partieron
partiré
partirás
partirá
partiremos
partiréis
partirán
partiría
partirías
partiría
partiríamos
partiríais
partirían
TIEMPOS COMPUESTOS
pret. perfecto
compuesto /
antepresente
pret.
pluscuamperfecto / antecopretérito
pret. anterior /
antepretérito
futuro compuesto /
antefuturo
condicional
compuesto /
antepospretérito
he partido
has partido
ha partido
hemos partido
habéis partido
han partido
había partido
habías partido
había partido
habíamos partido
habíais partido
habían partido
hube partido
hubiste partido
hubo partido
hubimos partido
hubisteis partido
hubieron partido
habré partido
habrás partido
habrá partido
habremos partido
habréis partido
habrán partido
habría partido
habrías partido
habría partido
habríamos partido
habríais partido
habrían partido
SUBJUNTIVO
TIEMPOS SIMPLES
presente
pret. imperfecto / pretérito
futuro simple / futuro
parta
partas
parta
partamos
partáis
partan
partiera o partiese
partieras o partieses
partiera o partiese
partiéramos o partiésemos
partierais o partieseis
partieran o partiesen
partiere
partieres
partiere
partiéremos
partiereis
partieren
TIEMPOS COMPUESTOS
pret. perfecto compuesto /
antepresente
pret. pluscuamperfecto /
antepretérito
futuro compuesto /
antefuturo
haya partido
hayas partido
haya partido
hayamos partido
hayáis partido
hayan partido
hubiera o hubiese partido
hubieras o hubieses partido
hubiera o hubiese partido
hubiéramos o hubiésemos partido
hubierais o hubieseis partido
hubieran o hubiesen partido
hubiere partido
hubieres partido
hubiere partido
hubiéremos partido
hubiereis partido
hubieren partido
IMPERATIVO
parte (partí), partid
FORMAS NO PERSONALES
infinitivo
participio
gerundio
SIMPLE
COMPUESTO
partido
SIMPLE
COMPUESTO
partir
haber partido
partiendo
habiendo partido


viernes, 5 de agosto de 2011

CONJUGACIÓN DEL VERBO CABER

CABER
INDICATIVO
presente
pret. imperfecto /
copretérito
pret. perfecto
simple / pretérito
futuro simple /
futuro
condicional
simple /
pospretérito
quepo
cabes (cabés)
cabe
cabemos
cabéis
caben
cabía
cabías
cabía
cabíamos
cabíais
cabían
cupe
cupiste
cupo
cupimos
cupisteis
cupieron
cabré
cabrás
cabrá
cabremos
cabréis
cabrán
cabría
cabrías
cabría
cabríamos
cabríais
cabrían
SUBJUNTIVO
presente
pret. imperfecto / pretérito
futuro simple / futuro
quepa
quepas
quepa
quepamos
quepáis
quepan
cupiera o cupiese
cupieras o cupieses
cupiera o cupiese
cupiéramos o cupiésemos
cupierais o cupieseis
cupieran o cupiesen
cupiere
cupieres
cupiere
cupiéremos
cupiereis
cupieren
IMPERATIVO
No se usa
FORMAS NO PERSONALES
infinitivo
participio
gerundio
caber
cabido
cabiendo

domingo, 13 de marzo de 2011

Hellen Keller

Hellen Kéller nació el 27 de junio de 1880 en Tuscumbia, estado de Alabama.
A los 19 meses de edad, a causa de una fuerte sarampión, quedó ciega y sorda y al poco tiempo muda.

Afortunadamente Hellen no se desanimaba fácilmente. Pronto comenzó a explorar (descubrir) el mundo usando sus otros sentidos. Le seguía a su madre cuando se movía,
sujetándose sobre su ropa. Tocaba y olía todas las cosas que estaban alrededor de ella y sentía las manos de otras personas para ver lo que estaban haciendo e imitaba (copiaba) sus movimientos. Era capaz de hacer algunos trabajos por sí misma de forma rápida, como ordeñar las vacas o dar forma con sus manos a la masa.
Hellen aprendía y reconocía a las personas palpando sus caras y sus ropas.
También podía decir en qué lugar del jardín se encontraba olfateando (oliendo) las diferentes plantas y pisando con sus pies sobre la hierba.

Cuando tenía siete años de edad inventó 60 signos diferentes que le servían para comunicarse con la familia. Si ella quería pan, por ejemplo, cortaba disimuladamente un trozo y untaba con mantequilla. Si deseaba un helado se cubría con trapos sobre los brazos y los rompía a pedazos.
Hellen era única, extremadamente inteligente y muy sensible. Ella misma era capaz de moverse con sus sentidos en un mundo que le era extraño y confuso, pero tenía sus propias dificultades. A sus cinco años de edad Hellen comenzó a darse cuenta que era diferente a las demás personas. Se  daba cuenta de que su familia no usaba los signos como ella lo hacía sino que se comunicaba con su boca. A veces se colocaba entre dos personas y les tocaba los labios. No podía entender lo que estaban diciendo y no era capaz de transmitir sonidos para querer decir algo con significado. Quería hablar pero siempre que lo intentaba no se le entendía. Entonces se enfadaba pegándose golpes contra la pared de su habitación, pegando patadas y llorando con frustración.
Con el tiempo, cuando iba haciéndose mayor su frustración aumentaba y su rabia iba a peor. Se convirtió en una persona salvaje y revoltosa. Si no conseguía lo que deseaba se ponía muy agresiva hasta que su familia le daba lo que ella pedía. Esta situación hizo que se viera claramente la necesidad de hacer algo. Justamente, antes de cumplir siete años, la familia contrató a una tutora privada.
A los seis años, los padres de Hellen Kéller, consultaron con el Dr. Alexander Graham Bell (Edimburgo, 1847 – Baddeck, 1922); en efecto, el conocido inventor, entre otras muchas cosas, del teléfono y profundamente preocupado en la docencia y en la investigación, por el problema de la sordera y sus consecuencias. El Dr. Bell les aconsejó recurrir a Anne Mansfield Sullivan joven de 20 años recientemente graduada en Instituto Perkins para ciegos, de Boston, para la educación de su hija Hellen.                                                         
Anne Sullivan venía de un ambiente pobre. Ella perdió la visión cuando tenía cinco años y fue abandonada en una casa muy pobre donde su familia se deshizo (se fueron marchando cada uno por su lado). Tuvo la suerte de haber encontrado un lugar donde fue bien acogida, el colegio Perkins para ciegos en Boston. En el colegio la llamaban la “fiera” por su aspecto de cabezona y por su mala actitud. Afortunadamente el director se dio cuenta de que podía aprender a comportarse y ser una de las alumnas mas inteligentes. Después de varios años, y otras dos operaciones que tuvo éxito recuperó su visión, además se graduó obteniendo un título de honor. Para el director de la escuela estaba claro que Anne Sullivan era la persona adecuada para educar a Hellen Kéller.
Anne pronto se dio cuenta de por qué Hellen tenía tantas rabietas (actitudes de enfado). Ella sabía que si podía enseñarle a comunicarse, Hellen llegaría a ser una persona diferente. Antes de comenzar a educar a esta niña tan salvaje, tenía que controlarla. Cuando Anne intentaba evitar que Hellen hiciese algo que no le gustaba, Hellen daba patadas, gritaba y mordía. Anne conseguía vencer las batallas (peleas) utilizando su fuerza y mucha paciencia.
El siguiente paso dado fue la decisión de enseñar a Hellen el alfabeto manual.
Es una lengua de signos en la que cada letra es signada en contacto con la mano de la persona sorda- ciega de manera que pueda sentir la forma del signo y su significado. Cada letra tiene un signo separado. Esto significa que las palabras las frases pueden ser deletreadas. También permite que se puedan expresar las ideas más abstractas. Anne la ponía en contacto con el agua y  le deletreaba la palabra A G U A , haciéndolo repetidas veces, hasta que Hellen empezaba a darse cuenta que cada letra que deletreaba representaba el significado del agua.
Esta experiencia le ayudó a darse cuenta que cada cosa que había en el mundo tenía un nombre. Así comenzó a animarse y cada cosa que encontraba la cogía y preguntaba a Anne cómo se llamaba.
Anne continuó enseñándole durante los años siguientes. Le hablaba sobre todas las cosas que ocurrían a su alrededor. Deletreaba todas las cosas en la mano usando frases completas más que simples palabras. Trabajando de esta manera, Anne iba preparando a su alumna Hellen, con nuevas palabras e ideas que necesitaría para poder prepararla para enseñarle a hablar.
Las dos solían pasear juntas por el campo hablando sobre las ideas que surgían de la mente de Hellen. De este modo Anne consiguió mantener la atención y el interés de Hellen a aprender cosas cada vez más interesantes. También hizo que participase en nuevos atractivos hobbies como navegar en una barca, saltar desde un tobogán, etc.
Como resultado de todo este trabajo, Hellen llego a ser más civilizada y amable y pronto aprendió a leer y escribir en braille. También aprendió a leer de los labios de las personas tocándoles en sus dedos y sintiendo el movimiento y las vibraciones. Este método se llama Tadoma y es una habilidad que muy pocas personas pueden llegar a desarrollar. También aprendió a hablar, el mayor logro (desarrollo) de alguien que no podía oír absolutamente nada.
Anne decidió que Hellen aprendiese más cosas que necesitaría para poder ir a un colegio. En 1888 las dos fueron al Instituto Perkins para Sordos en Boston. Allí Anne continuó enseñando a Hellen pero con materiales y textos que había en la escuela. En 1894 fueron a la Escuela Wright – Humason para Ciegos en Nueva Cork. Anne continuó con Hellen enseñándole distintas lecciones y actuando como su intérprete. Ella interpretaba en las manos de Hellen lo que los profesores decían en clase, y transcribía en los libros utilizando el sistema braille.
Mas tarde trabajo en la Comisión de Ciegos de Massachussets y dio conferencias por todo el mundo llegó a dominar varios idiomas, aprendió a leer en diferentes sistemas para ciegos y publicó entre otros libros: Historia de mi vida (1903), El Mundo en que Vivo (1908), Salir de la Oscuridad (1913) Mis Años Posteriores (1930), Tengamos Fe (1949) Maestra Ana Sillivan Macy (1955) y La puerta abierta (1957)
Sobre su vida se hizo una película –La inconquistable (1954)- y se escribió una obra de teatro –El Milagro de Ana Sullivan (1960)- adaptada para el cine por William Gibson y galardonada, en 1962, con el Oscar a la mejor actriz (Anna Bancroft) y a la mejor actriz secundaria (Patty Duke).
Hellen Kéller está enterrada en la catedral de San Pedro y San Pablo, de Washington.